El cerrado visto desde un 4x4

Investigadores del Centro de Ciencias de la Conservación y Sostenibilidad de PUC-Rio (CSRio) recorrieron más de 15.000 km del bioma Cerrado y entrevistaron a 60 productores rurales de la región de Matopiba para un estudio inédito sobre el uso de prácticas agrícolas sostenibles en el campo.

Paisaje en Maranhão. Crédito: fotos y vídeos proporcionados por CSRio y el equipo de investigación del IIS.

¿Qué impulsa a los productores rurales de una de las regiones agrícolas más productivas del país a tomar decisiones sobre el uso de sus tierras? ¿Cuáles son los factores determinantes a la hora de elegir expandir el cultivo o conservar voluntariamente un área de vegetación nativa en una propiedad privada? Bajo el título "Ciencias del comportamiento aplicadas a la cadena sostenible de la soja", el proyecto coordinado por el Instituto Internacional para la Sostenibilidad (IIS) y ejecutado en asociación con el Centro de Ciencias de la Conservación y la Sostenibilidad de PUC-Rio (CSRio), con el apoyo del Land Innovation Fund, propone escuchar a los agricultores de la frontera agrícola de Matopiba para comprender qué criterios se utilizan para la adopción de buenas prácticas agrícolas en el campo.

La primera etapa del proyecto ya se cumplió: la investigadora Fernanda Gomes y el asistente de campo Wallas Calazans recorrieron más de 15.000 km2 en un 4x4 por áreas del bioma Cerrado de las cuatro provincias brasileñas –Maranhão, Tocantins, Piauí y Bahía, que forman el acrónimo Matopiba– para entrevistar a 60 productores de la región. Los datos servirán de base para un estudio inédito de la Ciencia del Comportamiento para mapear incentivos financieros y políticas públicas que dialoguen con los anhelos, necesidades y desafíos de los productores rurales en la frontera agrícola que más avanza en las áreas de vegetación nativa del país. Los resultados del análisis se publicarán en el primer semestre de 2023.

Se utilizaron datos y mapas de la Fundación Brasileña para el Desarrollo Sostenible (FBDS), del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), del Proyecto MAPBIOMAS y de Agrosatélite para el mapeo inicial y la identificación de municipios prioritarios para visitas de campo entre los 337 que componen la región, con base en tres criterios de corte: a) el área de excedente de reserva legal disponible por municipio; b) la tasa de conversión de la cubierta natural para usos antrópicos en los últimos cinco años; c) las características del suelo y del clima que influyen en la aptitud para el cultivo de soja en la región.

El trabajo de campo se realizó en tres viajes, organizados por regiones: en el primero, en septiembre, los investigadores salieron de Barreiras, Bahía, y llegaron a la mitad de la provincia de Piauí, desde donde regresaron al oeste de Bahía. En el segundo, en octubre, Fernanda y Wallace visitaron el norte y la región central de Maranhão, donde conversaron con productores de soja, así como ganaderos y pequeños agricultores de cultivos variados, en una región con excedentes de vegetación nativa y con alta aptitud para el cultivo de soja. Y, en el tercero, entre noviembre y diciembre de 2022, el enfoque estuvo en Tocantins, con idas puntuales a Bahía y al sur de Maranhão.

Pero la planificación inicial no fue suficiente para lograr la meta de localizar y entrevistar a 60 productores rurales de la región. "Intentamos hacer contacto previo con personas conocidas o indicadas por terceros, pero no pudimos programar las visitas con antelación. A veces los compromisos de siembra no lo permitían, en otras el dueño no estaba en la propiedad", explica Fernanda. "Así que cambiamos la estrategia: mapeamos por satélite dónde estaban las propiedades rurales de soja, dentro del municipio que era nuestro objetivo de trabajo, y comenzamos a llamar a la puerta de cada una de ellas. La dificultad era encontrar al propietario, que a menudo estaba en la ciudad o en otra propiedad. Pero cuando lo encontrábamos, casi nunca se negaba a hablar con nosotros", añade.

CUADERNO DE BITÁCORA:

Cruzando caminos vecinales en condiciones precarias e incluso pistas de motocross, los investigadores cruzaron las fronteras cartográficas y rompieron resistencias individuales de los productores rurales –desde los más ocupados hasta los que no se sentían a gusto– para realizar las entrevistas. A lo largo del camino, se acercaron a más de 200 agricultores, para registrar, en texto, el resultado de largas conversaciones con 60 de ellos, y, en audio, las impresiones personales que tenían después de cada reunión y entrevista realizada. Recibieron numerosas invitaciones a un café o almuerzo, así como valiosos consejos de viaje para superar caminos de tierra que ni siquiera aparecen en el mapa. Y conocieron de cerca la diversidad –y la realidad– del bioma Cerrado en Matopiba, cruzando terrenos conocidos en Brasil como “veredas” y “chapadões”, así como áreas forestales cerradas cerca de la selva amazónica, y otras semiáridas, ya en la intersección con la caatinga.

Paisaje de Tocantins

Con el 91% de su área cubierta por el bioma del Cerrado, Matopiba registra tasas crecientes de conversión de vegetación nativa en áreas agrícolas, especialmente para el cultivo de soja. De 2000 a 2019, el área dedicada al cultivo de soja en Matopiba creció 4,3 veces, representando el 23% de la producción del grano en todo el bioma Cerrado. También hay otros 10 Mha de vegetación nativa con gran aptitud para la agricultura en riesgo de deforestación en la región. Los estudios apuntan al riesgo de que hasta el 34% del Cerrado restante se convierta en un área agrícola para 2050, especialmente la región de Matopiba.

"Necesitamos crear condiciones para conciliar la vocación agrícola de Matopiba con la conservación del medio ambiente y la restauración de áreas degradadas. Sabemos que la ocupación de áreas de pastoreo, por ejemplo, es una de las posibles formas de contener el crecimiento del cultivo del grano en las áreas del Cerrado, y que los mecanismos financieros pueden estimular la expansión de prácticas sostenibles en el bioma. El Proyecto del Instituto Internacional para la Sostenibilidad (IIS) es fundamental para entender el perfil del propietario rural y pensar en soluciones de innovación en diálogo con las necesidades locales", dice Carlos E. Quintela, director del Land Innovation Fund.

Para acercarse a los productores, Fernanda usó su trayectoria personal como tarjeta de presentación y motivación para la investigación: como muchos agricultores de la región, Fernanda nació en Paraná, hija de gauchos productores de soja. Comunicóloga y diseñadora, hizo maestría en Ciencias de la Sostenibilidad y se está por recibir en Ciencias Biológicas, la investigadora utilizó la historia familiar y el interés personal como pasaporte para presentar la investigación y convencer a los productores de compartir impresiones, expectativas y planes para el futuro. Los datos fueron recolectados de forma privada, a partir de cuestionarios unificados, y serán utilizados sin que se revelen las fuentes.

La mayoría de las veces, la desconfianza inicial dio paso al acogimiento y largas conversaciones, con la participación de toda la familia, desde mujeres que administran la propiedad en su totalidad, hasta esposas que respondieron preguntas junto con sus esposos e hijos. "La gran mayoría de las familias entrevistadas ya tenían alguna relación con la soja en el sur, antes de migrar al noreste", dijo Fernanda.

IMPRESIONES INICIALES:

Para Fernanda, aún no es posible trazar de antemano un perfil del productor rural de Matopiba, porque las entrevistas aún se están computando. "En términos de conciencia ambiental, no pudimos categorizar el perfil del productor por criterios sociodemográficos. Todavía no sabemos qué criterios afectan la decisión de plantar, conservar o restaurar, porque aún no hemos hecho el análisis de los resultados", explica.

Pero ya es posible recolectar algunas impresiones iniciales y enumerar algunos de los desafíos para el problema agrícola en la región. Las diferencias en la legislación y el ritmo de fiscalización de la regulación entre las provincias pueden impactar las opciones de producción. En Bahía, el área de reserva legal debe ser al menos el 20% de la propiedad. En Tocantins, la misma área es al menos el 35% de la propiedad rural. Sumado a la exigencia de preservar los manantiales y cumbres de cerros, las áreas de reserva legal de la provincia pueden alcanzar el 40% o el 45% de la propiedad. "Además, en Tocantins, por ejemplo, comprar pastizales abandonados es más simple y menos burocrático que abrir nuevas tierras. En Maranhão y Piauí, sin embargo, hay buenas ofertas de terrenos para la venta a precios asequibles", comenta Fernanda.

En las andanzas por Matopiba, Fernanda encontró desde ganaderos medianos insertados en regiones de soja hasta propietarios de unas pocas cabezas de ganado en pequeñas propiedades heredadas de bisabuelos, algunos de ellos exesclavos que permanecieron en las cercanías de las antiguas haciendas de caña de azúcar y algodón, principalmente en Maranhão, ambos vulnerables a la expansión del grano. En la misma provincia, también hay pequeños productores de yuca o criadores de animales pequeños, como chivos, que también pueden sufrir con el crecimiento del monocultivo. Pero los investigadores no encontraron ni siquiera una pequeña propiedad de soja. "A diferencia de las provincias del sur, los que siembran granos en Matopiba son en su mayoría sureños que compran extensiones considerables de tierra y llegan ya a la región como propietarios medianos o grandes, en comparación con los estándares que encontramos en el sur", explica.

En Bahía, puerta de entrada del productor sureño durante las décadas de 1970 y 1980, hay una mayor concentración de grandes propiedades de soja en Matopiba. "En el oeste de la provincia, las propiedades rurales alcanzan las 30-40 mil hectáreas, y varias de ellas son administradas por grandes grupos. Tuvimos que hacer más de un viaje a la región porque no pudimos encontrar a los tomadores de decisiones en las propiedades", explica Fernanda.

En su segunda visita a la provincia, los investigadores visitaron el municipio de Formosa do Rio Preto y hablaron con los granjeros de un asentamiento rural creado en las décadas de 1970 y 1980, llamado Coaceral. En esta región, es posible identificar las dos caras de la expansión agrícola: desde la historia de granjeros que enfrentaron sequías, dificultades con suelos ácidos y semillas no aptas para el Cerrado y regresaron al sur después de perderlo todo, hasta la exitosa trayectoria de los migrantes del sur que llegaron para trabajar en granjas y eventualmente adquirieron pequeñas propiedades en bancarrota, logrando gradualmente echar raíces en la región. De las 42 familias originales, sólo cinco siguen en la región del asentamiento.

Matopiba también enfrenta la vulnerabilidad de la tierra con grandes áreas de contratos de aparcería que pueden ser ocupadas por grandes propietarios en el corto y mediano plazo. "Hay muchos antiguos ingenios azucareros que cerraron sus puertas y dejaron vastas áreas en proceso de regeneración natural. Algunos de los antiguos trabajadores de la usina todavía viven allí y se les permite cultivar una pequeña cosecha de arroz o yuca para su sustento, pero corren el riesgo de perder todo por la expansión agrícola. Ellos no entraron en nuestra investigación porque no son propietarios, pero representan una de las múltiples facetas de la realidad agrícola de la región", agrega Fernanda.

EJEMPLOS POSITIVOS:

Ya hay varias propiedades rurales que utilizan energía solar para el riego agrícola e iniciativas como la empresa distribuidora de electricidad de Maranhão, que subsidia la tarifa eléctrica en horarios específicos para hacer que el gasto energético sea más accesible para el productor rural. En todas las provincias, también hay una inversión permanente del propio productor y de las asociaciones de clase en estructuras básicas de servicios, como la apertura de carreteras y la mejora del acceso a las propiedades.

Para Fernanda, existe un creciente interés en el uso de técnicas agrícolas sostenibles para el área productiva de las propiedades rurales, desde el uso de fertilizantes orgánicos hasta el creciente uso de bioinsumos en los cultivos, pasando por la siembra directa, ya ampliamente adoptada en la región. Generalmente, la incorporación de una nueva técnica agrícola se produce por recomendación de vecinos o entidades de clase –después de ser probada, validada y cuantificada por terceros–. "Hay miradas atentas al área de producción, especialmente en Bahía, donde la conversación está más avanzada y varias propiedades ya utilizan técnicas sostenibles", dice.

Todos los productores entrevistados por los investigadores son unánimes en garantizar la preservación del área de reserva legal requerida por la ley. Para el excedente, siempre hay posibilidades de abrir nuevas áreas adecuadas para el cultivo, si no inmediatamente, al menos cuando haya suficientes recursos para la inversión. "El costo de abrir nuevas áreas es alto y depende de licencias variadas y maquinaria. Hay áreas que necesitan ser tratadas –o domadas, como dicen– durante tres años antes de comenzar el cultivo", explica.

La decisión sobre la apertura de nuevas áreas depende de diversos factores, desde la satisfacción con el tamaño del área dedicada al cultivo, pasando por el alto costo antes mencionado para la operación de la expansión de la tierra, hasta la posible recepción de un pago por conservación del excedente de vegetación nativa. "En nuestras conversaciones, muchos de los entrevistados dicen que están dispuestos a hablar sobre el mantenimiento del área conservada a cambio de una remuneración que no necesariamente sería la misma que obtendrían de las ganancias del cultivo de soja", dijo.

Reducción de los intereses bancarios, mejores condiciones de compra, desde la tierra hasta las semillas, negociación de créditos de carbono y descuento en insumos son algunas de las posibles soluciones para fomentar la conservación y la restauración del medio ambiente. "Escuchar al productor e involucrarlo en la práctica de pagos por servicios ambientales favorables a la conservación es fundamental para el fomento de una agricultura más sostenible e inteligente para el clima en el siglo XXI", dice Carlos E. Quintela.

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