Triunfo verde

Desde la siembra directa hasta la integración de cultivos y ganadería e inversiones en bioinsumos, el Grupo Manjabosco muestra que las prácticas agrícolas sostenibles garantizan la salud del suelo y de los negocios

Más de treinta años entre las provincias de Rio Grande del Sur y Bahía, a unos 2.500 km de distancia: desde que se graduó en agronomía, en 1999, el gaucho Eduardo Manjabosco acompaña personalmente todas las plantaciones y cosechas en las granjas familiares, en la región de Luiz Eduardo Magalhães, en el Oeste de Bahía. Su padre, Adil Arlindo Manjabosco, llegó antes, a fines de la década de 1980, en busca de tierras en la nueva frontera agrícola del país. Cuando adquirió la Fazenda Triunfo en 1989, el cerrado bahiano todavía se usaba poco para la agricultura. "No había casi nada en la zona. Mi padre vio algunas plantaciones de soja y decidió intentarlo", dice. Y no se arrepintió: productores de soja y maíz, los Manjabosco invierten en la formación de paja para la siembra directa, practican la integración de los cultivos y la ganadería, defienden el uso de bioinsumos y muestran que la adopción de prácticas agrícolas sostenibles es fundamental para garantizar la salud del suelo y de los negocios. "El suelo es nuestro mayor patrimonio. Todas las decisiones que se tomen en el campo deben ser consideradas a largo plazo", dice el agricultor.

Eduardo Manjabosco

La trayectoria de la familia Manjabosco sigue la historia reciente de transformación en el campo en Brasil: los comerciantes de maquinaria agrícola vieron como la agricultura familiar, practicada por colonos en pequeñas propiedades rurales con la ayuda de la tracción animal, dio un salto con la llegada de tractores y pulverizadores en la década de 1960. "Mi padre no tenía ni siquiera una hectárea de tierra. En ese momento, con el éxito de los negocios, mi familia comenzó a invertir en la agricultura. Fue entonces cuando comenzó a comprar áreas aquí en Rio Grande del Sur", dice Eduardo. En la década siguiente, con la disminución de las ventas en el comercio, la familia decidió expandir las operaciones agrícolas y comprar nuevas tierras, abundantes y baratas, más al norte del país. "Un compadre invitó a mi padre a ir al Oeste de Bahía. Tenía una agencia inmobiliaria en Barreiras. Mi padre fue en febrero de 1989. Una hectárea de tierra valía US$100 en aquel momento, equivalente a unas diez bolsas de soja, en promedio", agrega.

Hubo muchos desafíos a su llegada a Bahía. Carecían de estructura logística, desde almacenamiento hasta flujo de producción, además de conocimiento técnico de las especificidades del suelo y las semillas necesarias para la región. El suelo ácido y pobre que se encuentra en el Cerrado brasileño requiere técnicas de fertilización específicas y muy diferentes de las practicadas en el sur del país. "Llegué a Bahía con ganas de hacer recomendaciones para el encalado y la fertilización basado en las reglas y técnicas de Rio Grande del Sur y me equivoqué", dice Eduardo. "Entendí que era necesario aumentar las dosis de piedra caliza y hacerla llegar a los suelos más profundos. La fertilidad del suelo era muy superficial. Cualquier veranito comprometía la productividad", añade. En primer lugar, fue necesario preparar el suelo para hacer que la piedra caliza descendiera al perfil del suelo, llegando a mayores profundidades. Luego, las cantidades de fósforo, potasio y azufre también se ajustaron hasta llegar al control de micronutrientes, como el cobre y el boro, como se practica hoy en día.

Investigación y desarrollo de prácticas agrícolas sostenibles:

Conocida como encalado, la técnica de aplicación de piedra caliza desarrollada por Embrapa transformó el suelo ácido del Cerrado en tierras cultivables. Las inversiones combinadas en investigación y desarrollo agrícola han permitido adaptar la soja a los climas tropicales. La inoculación de bacterias en las semillas ayudó a capturar el nitrógeno del aire, lo que permitió una mayor producción con menos fertilizantes. Y el creciente uso del sistema de siembra directa –técnica de manejo integrado que implica una rotación mínima de la superficie, el uso de paja como planta de cobertura y la rotación de cultivos– proporciona un aumento de la materia orgánica y la absorción de agua y nutrientes, contribuyendo a la reducción de la erosión, la preservación de los recursos naturales y la mejora de la biodiversidad y la fertilidad del suelo.

Utilizado en Brasil desde la década de 1970, principalmente en la región sur, el sistema de siembra directa está presente en alrededor de 33 millones de hectáreas en todo el país, según datos del IBGE, y garantiza una mayor productividad al mejorar las condiciones del suelo; la reducción de los costes de producción mediante la reducción de plagas y enfermedades y el consiguiente ahorro en la aplicación de plaguicidas; y la mejoría de la calidad del suelo asegurando el uso de plantas de cobertura, que protegen la superficie de la erosión, los rayos solares y las malas hierbas. Los datos de Embrapa muestran que el sistema de siembra directa contribuye a aumentar la rentabilidad del productor, con un aumento de hasta el 50% en el rendimiento de la soja, en comparación con el cultivo de grano en sistemas convencionales.

Siembra directa en el Oeste de Bahía:

Para Eduardo Manjabosco, el sistema de siembra directa es esencial para asegurar el aumento de la producción combinado con la preservación del medio ambiente y la conservación del suelo. Los resultados, dice, se sienten en el mediano plazo y deben actuar como una inversión permanente en el cuidado del suelo y la cosecha. Pero advierte: para que funcione, la siembra directa debe llevarse a cabo de manera integrada y completa. No basta con ejecutar solo uno de los trípodes del sistema: "la siembra directa sin paja no funciona. Sabemos que es caro producir paja y gastar en nuevas semillas. Pero es necesario. Es parte de nuestro aprendizaje: probar, mirar y analizar lo que trae resultados", dice.

El maíz es el cultivo con los niveles más altos de producción de materia seca necesaria para cubrir el suelo en la siembra directa. "Aquí en Bahía no hay siembra directa sostenible sin la producción de maíz", dice. Actualmente, el productor dedica el 25% del área de las propiedades al cultivo de maíz y estudia aumentar esta superficie al 33%. Sin embargo, las dificultades con la logística y comercialización del maíz vuelven más cara la operación, reducen el mercado del grano e impiden el crecimiento de este cultivo en la región. Mientras el mercado del maíz no está estructurado, la alternativa es invertir en brachiaria y panicum (pastos de verano) que satisfagan la alta demanda de paja para la siembra directa. "Fuimos pioneros en el cultivo de mombasa post-soja. Estos pastos perennes, que están entrando en la región con mucha fuerza en los últimos años, pueden ser una gran alternativa al maíz. Una rotación de soja con mombasa, o de soja con brachiaria, puede permitir la siembra directa a largo plazo, como alternativa al maíz", dice.

Integración cultivo-ganadería:

Otra técnica que combina la sostenibilidad con la productividad defendida y utilizada por Manjabosco es la integración cultivo-ganadería. Desde 2009, por invitación de Embrapa, el productor aprovecha la estación seca en la región para reservar una parte de la tierra en la propiedad al pasto asociado al cultivo y medir resultados. En cuatro años de experimento, los números fueron sorprendentes: el área de pastoreo presentó productividad promedio de cinco bolsas de soja por hectárea más que el área sin circulación de ganado. "Para nosotros fue una gran sorpresa. Cada año, delimitamos una parte de la tierra y se divide un área con y sin ganado. Luego, se quita el alambrado, se planta la soja y evaluamos la productividad. Cada año, por donde dejamos pasar el ganado, cosechamos más soja", dice Eduardo.

Para el productor, hay varios beneficios que aporta la integración cultivo-ganadería visibles en la propiedad: las áreas con circulación de ganado ganan un refuerzo natural en la producción de materia seca de calidad para la siembra directa; presentan mejores tasas de utilización de semillas; tienen un mayor contenido de materia orgánica, contribuyendo a que el suelo sea más fértil y productivo. "Es importante mantener la cantidad de forraje para que el buey no compacte el suelo. En Bahía, no tenemos este problema porque el buey circula en suelo seco y el suelo seco no se compacta. Incluso en suelos húmedos como los del sur del país, las investigaciones apuntan a un aumento de la productividad de la soja si el propietario rural mantiene una cobertura de 30-40 cm de forraje", explica.

Bioinsumos y carbono:

La fabricación y el uso de bioinsumos es la más reciente práctica sostenible incorporada a la rutina de las propiedades de la familia Manjabosco. Desarrollados a partir de microorganismos beneficiosos para el suelo, los bioinsumos pueden contribuir al control de plagas, a complementar nutrientes importantes para los cultivos y a la mejora de las condiciones generales del suelo, además de minimizar los costos y daños a la naturaleza con el uso de insecticidas. "Hemos notado muchos resultados con el uso de biosumos. El trabajo me parece muy bien fundamentado. Utilizamos hongos adaptados a las necesidades de la propiedad e identificamos mejoras en el estado del suelo, así como grandes ahorros en el uso de insecticidas", dice Eduardo.

El productor también tiene buenas expectativas con respecto al mercado de carbono. Más que ganar por tonelada de carbono evitado, Manjabosco aboga por el uso de prácticas sostenibles integradas que garanticen la salud del suelo y el éxito empresarial. "La fijación de carbono asegurará más materia orgánica para el suelo. Y un suelo de calidad aporta más productividad a la propiedad. El suelo es nuestro mayor patrimonio. Siempre digo, no somos productores por un año. No vamos a vender la granja el año próximo. Tenemos que pensar en el sistema a largo plazo", añade.

Según Manjabosco, la formación en agronomía le hace priorizar el suelo en todas las decisiones que se toman en la granja. Él entiende que la elección del monocultivo simplifica la ejecución del negocio, evita tomar decisiones importantes e inversiones que puedan ser altas para el agricultor. Pero, para él, la ecuación para obtener el mejor resultado comercial es simple: "Plantaré 25% con maíz y 75% con soja. Voy a hacer rotación de cultivos. Voy a usar paja. Y voy a cosechar más soja". La expansión de las oportunidades de negocio o el acceso a mecanismos financieros para los productores que valoran y practican la producción sostenible puede ser un camino hacia la difusión de una agricultura cada vez más verde, alineada con las demandas internacionales de mitigación del cambio climático. "Me molesta cuando veo a mis niños yendo a la escuela y recibiendo un libro que dice que el agricultor contamina, deforesta y daña el medio ambiente. Queremos demostrar que nuestra mayor preocupación es nuestro suelo", concluye.

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